Ecosistema
de puro amor (a mi hijo Vladimir)
En un suspiro de luz la
vida
nos fundió,
nos pegó, amalgamó, nos
unió.
Engarzó como a dos joyas de
alma y carne.
Nos ha adherido a un
propósito de paz,
y con el símbolo del
infinito nos convergió.
Fusionados, combinados y mezclados,
mas nunca por el camino de
los disgregados.
Esta magia nos juntó y
aglutino: en un llanto, en un beso,
en una conspiración de
cachetes tibios.
Así de conectados, aunados,
aliados y federados,
nos sentimos cuando estamos
sujetos
y atados por tanto amor.
Algunos citan: confabulados;
otros aseguran: entrelazados;
yo retruco: ¡incorporados,
ensamblados, anexionados!
y, sin duda,
solidificados en la mutua
reivindicación de padres e hijos.
Acá estamos: vinculados,
adosados y adjuntados,
todo el tiempo, contiguos y
tan encariñados
como vecinos de un mismo gen
abrazando un mismo árbol.
Cosidos y entretejidos, allá
vamos,
tan felices por engrudados,
tan ensimismados…
en un ecosistema de piel y
comunión imposible de ser separado.