jueves, 25 de julio de 2024

 COSAS CERTERAS




Adoquines y el tiempo.
Ficciones, un tigre absoluto,
el elemento repetitivo,
la moneda del imperio y su imperiosa numismática.
El pucho temprano, entre el rouge y el oropel de su brasa; los abatidos silencios en moroso rapel al pecho henchido del bostezo.
Satanás en las patinetas,
en los surcos invertidos del vinilo,
en un pin olvidado del suéter de Lía.
La vida totalizada por un impacto de bala
de calibre indefinido.
El llanto gris ceniza del niño en Seúl.
Los Rolling, camisetas coloridas del Machu Picchu, una boca con especias que se aprieta en el gabinete fruncido de la cara.
La petición umbanda con su rito del gallo, ¿o era del pato? y ese primer amor a cuestas del desengaño.
Una casa torcida como nido de hornero,
siniestra en su sencillez cimentada en los desatinos, ocasionalmente, con pinceladas de guiso carrero.
El condón que momificó en diciembre, la pera picada del verdulero desterrado de sí y un dios cabizbajo que juega al balero mientras espera que le tomen la presión en el circo del momento.
Vos y yo, desnudos y a medio resfriar por hacerlo de parado en el hielo, detrás del risco.
Un cacique sin poncho overo, un caballo bayo sin cacique, una boleadora que silba en el viento y se entierra de bruces en lo opaco de un museo arrinconado.
El western a las tres de la tarde, en blanco y negro.
La abuela que ha muerto en su silla de cedro, mirando fijo con ojos de curvilíneo cerezo. Mujer de lana que ha leído a Homero, a Sábato o a Conrad y que solo era conocida por su perro, tan agarrotado como ella.
Un tinglado, a modo de Partenón, donde paletear en frío y sin barniz.
El siestero huevo frito con pan tostado, la martingala en el guardapolvo del bachiller. Mamá en camisón... lo otro.
Soñar una pasión en Sumatra, poseer un arcaico pantalón de Pakistán o el porvenir judío.
Custodiar el tebeo de Mortadelo arrebatado al matón del barrio...
(Lo escondí en el ropero, con esas revistas que prefiero no citar)
El adiós objetivo, en prisma.
Una bolilla en el bolsillo derecho, pito catalán y el terrible miedo a crecer y entender
que somos prisioneros, asediados, por los mágicos objetos que nos embriagan y, terriblemente, padecemos.
Por supuesto, los libros en beige y meditaciones, trasnochadas, de mingitorio.