Da gusto cuando un escritor/corrector no se anda con chiquitas. Con esta moda de lo susceptible y de lo empático a ultranza, hay pocos que dicen lo que piensan y sin vueltas. Este posteo no tiene desperdicio, colegas escritores.
Paul Martin (sus mejores consejos)
Cuidado con la búsqueda de la originalidad
«Tenéis muchos sueños, buscáis la fama. Pero la fama cuesta y aquí es donde
vais a empezar a pagar. Con sudor».
Esto era lo que decía la profesora de danza Lydia Grant, interpretada por
Debbie Allen, justo al comienzo de cada episodio de la serie Fama de
los 80. Lo hacía inmediatamente antes de que Irene Cara pusiese voz a la
canción «Fame, I’m gonna live forever, I’m gonna learn how to fly», Fama,
voy a vivir para siempre, voy a aprender a volar.
Lo hacía a modo de sintonía de la serie y a la mayoría de los que escuchan
y escuchamos nos deslumbran varias palabras: fama, vivir para
siempre, volar. Pero la palabra aprender queda eclipsada por
el brillo de las otras y, sin embargo, toda la serie, que estuvo años en las
televisiones de todo el mundo, tenía su desarrollo en una escuela.
La búsqueda de la originalidad es la propuesta en un mundo literario en el que casi todo
parece estar ya inventado y reinventado mil veces. Es la propuesta final que
hacen en casi todos los talleres literarios, cursos de escritura creativa y
similares partiendo, eso sí, de un pretendido academicismo postmoderno o
postvanguardista, que es casi peor, en el que la mayoría de las veces ni se
llega a la uña del pie de lo que es la escritura.
El escritor se obsesiona con ser original.
El escritor, de forma consecuente con estas enseñanzas y lo que es la
tendencia, se obsesiona con buscar esa originalidad, cuando la
originalidad, en su propia esencia, no es algo que se pueda buscar,
sencillamente porque si es original, no existe y porque el propio hecho
de buscarla la convierte en artificial.
De esta manera, es frecuente que se ponga a darle vueltas a las formas pasando
por todos los movimientos habidos y por haber, muchas veces incluso desde el
desconocimiento de la existencia de estos y muchas más de su porqué y de sus
rasgos esenciales.
Asistimos, así, a una especie de Dadaísmo intelectual agravado.
Y digo agravado porque si ya el Dadaísmo fue en su día el movimiento más
absurdo que pueda existir, ya que un movimiento cuyo único objetivo y fin es la
oposición a todo lo preexistente atendiendo de manera básica a la forma y
dejando de lado todo contenido más que movimiento parece estancamiento, hoy se
ve agravado porque ni siquiera se conocen las formas a las que se opone esa
pretendida y ansiada originalidad.
Además, si lo que se quiere es la fama entendida como éxito, ni
siquiera se trata de ser original en estilo o forma, sino, antes bien, de
copiar el estilo y forma estándar que quieren las editoriales, plano y
sencillo, para llegar a un gran público cada día más plano y más sencillo, pero
que es el que consume.
Nos afanamos en buscar la forma que no se ha escrito todavía
Siempre existen un camino largo y otro
corto para todas las cosas. Siendo mucho más corto
buscar la originalidad en nuestro talento natural, nuestro espíritu rebelde y
nuestra grande y profunda alma que hacerlo desde el estudio y la profundización
en las técnicas, en el conocimiento y en la lectura, nos afanamos en buscar la
forma que no se ha escrito todavía, sin darnos cuenta de tres cosas:
· La misma ignorancia no nos permite saber si ya se ha
escrito así.
· El talento que no se cultiva, es solo una semilla tirada en
el asfalto; hay una posibilidad entre un millón de que encuentre una grieta y
germine, mil entre un millón de que se la coma un gorrión o una paloma y, el
resto, de que termine echándose a perder aplastada por un autobús.
· Si la ignorancia se asocia al ego, como suele suceder,
nos convierte en ciegos a todo y solo visionarios de un talento propio que solo
nosotros somos capaces de ver.
Suele suceder que esa ansiada
originalidad no se encuentre tanto en las formas, enrevesadas o no, que se van combinando de mil maneras, sino, antes bien,
en la propia visión que cada escritor puede dar de un asunto, de un concepto,
un sentimiento o un contenido y, suele suceder también, que esa visión, como un
farol y guía, termine por conducir a un escritor a la forma más precisa de una
manera muy natural.
Cada historia requería una estructura, un lenguaje y una forma propias.
Si atendemos a un autor como Camilo José Cela en narrativa y
observamos su obra, nos daremos cuenta de que cada novela o cada narración no
se parece en absoluto a la anterior y que muy poco tienen que ver unas con
otras, hasta tal punto que parecen escritas por autores muy diferenetes. Pero,
además, nos daremos cuenta de que esto no se debe a un propósito o una
evolución, ni siquiera que se propusiese un experimento literario en cada nueva
obra, como muchas veces se plantea, sino al simple hecho de que cada historia
requería una estructura, un lenguaje y una forma propias. Una voz particular y
precisa para ser contada.
Si ahora atendemos a los cientos de miles de sonetos escritos a lo largo de
la historia, sonetos consagrados, nos daremos cuenta de que,
partiendo de las mismas formas, con algunas variaciones en determinados
movimientos, y tratando muchas veces los mismos temas y contenidos, cada uno
nos mueve de muy diferente manera y cada uno es tan original como el otro.
¿Es la forma la que crea el contenido?
No señores, es el contenido el que pone en movimiento la forma y nuestra inteligencia
emocional la que encuentra las más adecuada, la única, la original, la
voz que necesita lo que queremos expresar y que reúne todos los elementos
necesarios para tocar las emociones del receptor tal y como deseamos.
Pero para conseguir esto se necesitan recursos. Todos los recursos posibles
y aún más.
Si Van Gogh hubiese tenido solo dos colores en su paleta
hubiese enloquecido mucho antes y definitivamente por no hallar los recursos
capaces de dar salida a todo lo que bullía en su cabeza, a toda esa emoción que
se acumulaba y que explotaba a través del pincel sobre un lienzo, a toda esa
visión particular de su mundo, a sus luces, a sus sombras.
Van Gogh, como Goya o Velázquez, pintando en un estilo completamente
diferente y personal, conocía a la perfección qué
características debían tener sus pinceles, la mezcla de los colores, la
composición exacta de las pinturas, más o menos oleosas y las características
de la tela del lienzo que fuese capaz de absorber y secar las pinturas al ritmo
que él necesitaba crear.
Y así llegó Van Gogh a encontrar su voz en su pintura, esa voz que
fuera capaz de sacar sus voces interiores. Pero Van Gogh, como diría Cela,
había hecho antes el camino de ida que emprender el de vuelta y parece
imposible entender cómo se puede pretender la vuelta sin haber ido.
El secreto de la originalidad radica en los recursos que el escritor tiene
a su disposición
Hace siglos, antes de la imprenta e incluso todavía siglos después, el
acceso al conocimiento, incluso a la literatura, era tremendamente limitado,
costoso y hasta privilegiado. Hoy, contamos con la gran ventaja de un
tremendo potencial de conocimiento acumulado, compendiado y accesible, que
nos permite bucear en él y aprender miles de recursos.
El secreto de la originalidad radica en los recursos que el escritor tiene a su disposición,
porque de cuantos más dispone, con mayor facilidad encuentra el contenido la
forma y esta agilidad hace que las ideas fluyan con tal naturalidad que
pensamiento, ideas, sentimientos y fines se unan a la palabra como uno solo y
salgan de los dedos sin provocar un verdadero atasco en la cabeza.
Se tiende a pensar que los escritores que acuden a las métricas en
poesía están pensando en la forma y tan obsesionados con ella que el
contenido se pierde igual que la inspiración. Nada más lejos de la realidad.
Como cuando se hablan varias lenguas, el escritor que así toma esa estructura,
no piensa en ella, solo sale sin pensar, distinto de aquel que a duras penas
domina el inglés y debe traducir en su cerebro antes de escribir o hablar. Pero
incluso cuando ese mismo escritor decide una forma mal llamada libre,
como también la domina, y además cuenta con los recursos que le aportan las
otras formas, encontrará la voz precisa y original con la misma facilidad.
La verdadera libertad creativa, camino
de la originalidad tan perseguida, no depende
tanto de un posicionamiento personal libre de ataduras que muchos identifican
con el desconocimiento de las formas y recursos para no denotar su influencia,
sino, muy al contrario, del conocimiento de todas cuantas se pueda.
Sin ese conocimiento, no se trata de una elección, sino de una simple
necesidad u obligación.
En la historia del mundo no se conoce
que nadie haya sido libre y original por la ignorancia y, muy al contrario, tenemos miles de ejemplos de los que lo han sido
por su conocimiento, porque solo conociendo todos los caminos, tenemos la
posibilidad de elegir el nuestro. Sin ese conocimiento, no se trata de una
elección, sino de una simple necesidad u obligación. Si solo conozco las
manzanas y las peras, comeré una pera o una manzana, nunca un mango, una sandía
o una papaya, sencillamente porque no podré elegirlas. Y no porque no estén a
mi alcance, no, sino porque mi conocimiento no me indicará que son comestibles
y mi instinto de supervivencia me dirá que su aspecto, su forma, su brillo o su
color anuncian que llevan peligro.
Dónde queda entonces el poeta del pueblo, la hermosa libertad de sacar el
alma natural por la boca
Y ahora muchos dirán que es que eso supone mucho trabajo, mucho
esfuerzo o incluso haber tenido el privilegio de una formación elevada, que
dónde queda entonces el poeta del pueblo, la hermosa libertad de sacar el alma
natural por la boca, por las letras. Pues bien, esa voz del poeta se quedará en
la ignorancia de todos, porque, por lo general, solo le parecerá sublime y
original a él mismo que la lee desde su mismo y singular desconocimiento.
Miguel Hernández fue un poeta del pueblo, con un talento innato al que ataron a las cabras y prohibieron su avance
y cultivarse, si hubiese aceptado y claudicado, hoy nadie le conocería. Pero no
lo hizo y buscó aprender, se enfrentó a lo racional, que era quedarse en el
pueblo cuidando las cabras, aprendió de los poetas que le abrieron las puertas
y creó con una voz universalmente propia que, incluso sujeta a las métricas
clásicas, brilló y brilla por su originalidad y libertad, porque sus
contenidos, pensamientos, ideas, sentimientos y visión, eran únicas y siguen
siendo universales.
Él se cusetionó si su talento era suficiente y estimó que el esfuerzo por
aprender merecía la pena. Es muy posible que ni siquiera persiguiese la fama,
solo dar salida a su pensamiento en letras, en voz.
Para concluir, solo permíteme que te haga una pregunta:
¿Te has cuestionado alguna vez tu talento?
La perezosa voz de los poetas
Hoy, derivado de un debate, me ha dado por pensar en eso que se ha dado en
llamar la VOZ del escritor o del poeta. Su VOZ. Eso que tanto se busca y
valora.
De inmediato, me ha venido a la cabeza un cantante de ópera.
Nace con una disposición, sí, pero se pasa la vida trabajándola. Incluso los
más prestigiosos corrigen asiduamente su técnica con profesores y trabajan sus
herramientas un mínimo de cuatro o cinco horas al día para prepararlas para el
gran concierto.
Estudian las técnicas antiguas, y las modernas, y trabajan las aburridas
escalas clásicas una y otra vez, los tiempos, los sostenidos, los silencios.
¡Qué cantidad de trabajo y sacrificios!
¿Qué hacemos los poetas? Pues pretender que nuestra voz salga de ese intuido don divino o
natural con el que hemos nacido (estimado por solo nosotros mismos).
Despreciando el estudio y el trabajo, no entrenando nuestras herramientas,
incluido nuestro cerebro.
No trabajamos las escalas métricas de lo clásico, porque está superado, y
nos movemos en el natural desafinado de un verso libre que, igual, desconocemos
en su complejidad, pues a los sumo llegamos a leer traducciones, si leemos, de
poetas que consagraron los estilos en otras lenguas que nada tienen que ver con
la nuestra, perdiéndose así toda la técnica que aplicaron a sus escritos.
Pero así pasa que ninguna VOZ consagrada de poeta lo ha sido de
natural apetecido y puro. Todos los grandes poetas, los magníficos, han
sido tremendos estudiosos y trabajadores. Solo así se consigue el dominio y la
agilidad para que su VOZ natural, la donada, encuentre siempre los mejores
caminos para expresarse.
El poeta que no trabaja es, a lo sumo, un mal cantante pop que versiona o
imita canciones de otros en una orquesta de ferias en los pueblos. Sin embargo,
con trabajo, tal vez su talento natural habría podido crecer hasta ser,
una Prima dona, si es mujer, un Cavallieri si es
hombre.
Aunque es muy normal que interpretemos que el verso libre supone
escribir con plena libertad, sin atender a formas ni estructuras y, muchas
veces, en una escritura casi automática, nada más lejos de la realidad.
El verso libre nace como oposición premeditada a las estructuras y formas clásicas, pero
sin renunciar en ningún momento a la poética, a la poesía, a lo que le imprime
su carácter, que son básicamente tres principios:
·
El ritmo interno -la musicalidad-
·
La cohesión
·
La belleza.
Sin ellas, no estamos hablando de poesía. A menudo, ni siquiera de prosa poética. Cómo diferenciar una de otra, ya
lo veremos en otro momento, pero, de momento, bástenos saber que partir un
texto en un formato de versos no convierte a la prosa en poesía, ni mucho
menos.
VAMOS POCO A POCO
De momento, nos interesa saber que el verso libre tiene sus reglas,
sus normas y sus recursos. Más difíciles de manejar, en muchas ocasiones, que
las métricas clásicas que nos brindan unas formas más comprensibles, menos
interpretables y, por lo tanto, más sencillas.
Frente a lo que mucha gente piensa, es mucho más difícil escribir
un buen poema en verso libre que hacer lo mismo con un soneto.
Dos de los recursos que más carácter
imprimen al verso libre y mejor lo definen son
las repeticiones y las anáforas.
·
Repeticiones hay de muchos tipos: pueden ser de sonidos, de estructuras
sintácticas, de palabras…
·
La anáfora consiste en la repetición de palabras al comienzo de cada verso.
Con estos dos elementos, podemos dar ritmo y cohesión a un poema en verso
libre. Sin embargo, conviene tener en cuenta también el corte del verso,
fraseo o versificación, que nos dará las pausas versales (los silencios en
música) y los acentos rítmicos internos.
De todo ello depende la musicalidad que todo poema, libre o sujeto a
métricas y rimas, debe contener. La musicalidad es un elemento
irrenunciable de la poesía y, por lo general, se apoya en unas
métricas, constantes o alternas, regulares o irregulares, pero presentes,
Al mismo tiempo, en todo poema, a no ser que se presente una sola idea o
secuencia, las estrofas sirven para presentar los momentos del poema,
las ideas, los conceptos, el devenir. Algo así como Introducción, desarrollo y
conclusión, salvando las distancias con la narrativa y no contando en número.
Por tanto, en un poema como el que nos ha presentado la compañera,
conteniendo elementos suficientes que le confieren esa cohesión, a través de
utilizar abundantemente las repeticiones y anáforas, nos quedaría
pendiente el fraseo.
Es aquí donde muchos poetas tienen, tenemos, dificultades. El poema suele
sonar en nuestra cabeza de una forma perfecta en cualquier forma que lo
presentemos, no en vano lo hemos escrito nosotros y escuchado mucho antes de
escribirlo. Algo así como con el lenguaje. Cuando hablas un idioma nativo, no
piensas ni traduces, solo lo dices, mientras que en uno aprendido escasamente,
has de pensar y traducir.
Sin embargo, quien lee ese poema, nuestro lector, necesita unas
indicaciones muy precisas para hacer una lectura correcta, incluso una
interpretación correcta, de nuestro poema.
Pues bien; a menudo tendemos a abusar del encabalgamiento, a
huir de las puntuaciones por desconocimiento y ha dividir los versos de
cualquier manera sin tener en cuenta las pausas versales (parte
fundamental del ritmo y la musicalidad) e incurriendo en que la anáfora o
determinadas repeticiones se pierdan o no estén presentes.
Mi consejo es que antes de presentar un poema mal estructurado, es preferible
presentarlo como prosa poética. Además, el hecho de ponerlo primero en prosa
poética, nos va a permitir puntuarlo con mejor corrección y, luego, ver dónde
situamos las pausas versales, los cortes.
Os recuerdo, además, que el punto y coma, los dos puntos, y los puntos
suspensivos, así como las acotaciones y guiones, los sangrados, etc., también
existen en el verso libre.
Os dejo, a continuación, el poema de nuestra compañera, tal como ella lo presentó, y la
segunda versión de cómo yo interpreto la versificación aplicando los conceptos
que os he expuesto.
También, una tercera versión de cómo quedaría en prosa poética,
sin desmerecer, en absoluto, el texto.
Las principales ventajas de presentar en
prosa poética, son que: primero, nadie va a criticar
nuestra versificación, segundo, la prosa poética permite añadir más contenido
al texto sin ser tan rigurosa en mantener un perfecto ritmo o musicalidad y,
sin embargo, empleando los recursos característicos de la poesía, repeticiones,
anáforas, imágenes, metáforas, etc.
VERSIÓN ORIGINAL
Quiero volar
Sin apuro, despacio, a dónde me lleve el viento, sin miedo a caer
Amaneció, se hizo la luz y comenzó un nuevo día,
El pasado
Lo viví
Lo sufrí
Lo enterré
Por supuesto, no lo olvidé
Fue demasiado bello
Demasiado triste
Demasiado nuestro
Por supuesto, está presente en cada recuerdo
Tuvo el encanto de los sueños
El tormento de los desengaños
El dolor de lo imposible
La magia de haber triunfado
Por supuesto, todavía no nos acostumbramos a que pasó, se fue
Y cerramos los ojos para volver
Que importa si nos duele
El ayer también nos hizo vibrar el alma
En el ayer hicimos lo que hoy nos ruboriza, pero quisieras volver hacer
Lo que fue hecho con el corazón, hoy nos sabe a pecado, pero si volvieras,
precarias de nuevo
Te burlas de esa manía de recordar, pero nadie vive sin recuerdos
Los castillos cayeron hecho pedazos, pero fueron tan hermosos
No importa lo que el pasado esconda, triste o alegre, siempre nos robara el
sueño
Lo más difícil no es dejarlo ir, sino saber que no volverá
No hay marcha atrás, es un nuevo día y aunque te cueste el andar, has de
caminar, enfrentar, decidir, amar y volver a sufrir
VERSIÓN POÉTICA SUGERIDA
Quiero volar;
sin apuro,
despacio,
a dónde me lleve el viento,
sin miedo a caer.
-
Amaneció;
se hizo la luz y comenzó un nuevo día.
-
El pasado lo viví,
lo sufrí,
lo enterré.
-
Por supuesto, no lo olvidé.
Fue demasiado bello,
demasiado triste,
demasiado nuestro.
-
Por supuesto, está presente en cada recuerdo.
Tuvo el encanto de los sueños,
el tormento de los desengaños,
el dolor de lo imposible,
la magia de haber triunfado.
-
Por supuesto, todavía no nos acostumbramos a que pasó.
Se fue.
Y cerramos los ojos para volver.
-
Qué importa si nos duele;
el ayer también nos hizo vibrar el alma,
en el ayer hicimos lo que hoy nos ruboriza,
pero quisieras volver a hacer
lo que fue hecho con el corazón.
-
Hoy nos sabe a pecado,
pero si volvieras,
pecarías de nuevo.
-
Te burlas de esa manía de recordar,
pero nadie vive sin recuerdos.
Los castillos cayeron hecho pedazos,
¡pero fueron tan hermosos!
-
No importa lo que el pasado esconda,
triste o alegre,
siempre nos robara el sueño.
-
Lo más difícil no es dejarlo ir,
sino saber que no volverá.
-
No hay marcha atrás,
es un nuevo día
y aunque te cueste el andar,
has de caminar,
enfrentar,
decidir,
amar
y volver a sufrir.
VERSIÓN PROSA POÉTICA
Quiero volar; sin apuro, despacio, a dónde me lleve el viento, sin miedo a
caer.
Amaneció; se hizo la luz y comenzó un nuevo día.
El pasado lo viví, lo sufrí, lo enterré.
Por supuesto, no lo olvidé. Fue demasiado bello, demasiado triste,
demasiado nuestro.
Por supuesto, está presente en cada recuerdo. Tuvo el encanto de los
sueños,
el tormento de los desengaños, el dolor de lo imposible, la magia de haber
triunfado.
Por supuesto, todavía no nos acostumbramos a que pasó. Se fue. Y cerramos
los ojos para volver.
Qué importa si nos duele; el ayer también nos hizo vibrar el alma.
En el ayer hicimos lo que hoy nos ruboriza, pero quisieras volver a hacer
lo que fue hecho con el corazón.
Hoy nos sabe a pecado, pero si volvieras, pecarías de nuevo, te burlas de
esa manía de recordar, pero nadie vive sin recuerdos.
Los castillos cayeron hecho pedazos, ¡pero fueron tan hermosos!
No importa lo que el pasado esconda, triste o alegre, siempre nos robara el
sueño.
Lo más difícil no es dejarlo ir, sino saber que no volverá.
No hay marcha atrás, es un nuevo día y aunque te cueste el andar, has de
caminar, enfrentar, decidir, amar y volver a sufrir.
VERSO LIBRE O MÉTRICA Y RIMA
LA DISCUSIÓN SE PLANTEA COMO UN DEBATE
ETERNO. UN AUTÉNTICO COMBATE ENTRE DOS PÚGILES QUE NECESARIAMENTE HAN DE ESTAR
ENFRENTADOS Y DEL CUAL HA DE SALIR UN VENCEDOR NECESARIO.
Yo afirmo que ambas pueden convivir a la perfección y que ambas se
enriquecen mutuamente y en mis poemarios, en ocasiones, mezclo la
prosa poética, como parte narrativa, con poemas en verso libre y, otros, en
métricas clásicas.
Este poema que os dejo aquí, DIVERTIMENTO, que publiqué hace ya
unos años en mi blog, constituye un juego de insomnio que comienza en versos
libres para ir jugando hasta construir la décima perfecta y, después,
desahcerse de ella.
«—Y como cada día, a esta hora, lo mejor está por llegar —le dijo Peter Pan
a Campanilla».
NO CREZCAS.
Es en esta noche oscura
en que no se mueve el aire;
y a esta hora en que se esconden
los lagartos por el frío
y que el mar se me presenta
con su calma como un nido
que sueño que estoy conmigo,
como era antes, de niño,
y lo sueño bien despierto
mejor que estando dormido.
Son los silencios cuna
de palabras en mente
y el negro de la noche
sin luna, aquí en mi frente,
la tinta de una pluma
que se calla silente
por no tener papel
blanco en la luz ausente
que no alumbran estrellas
ni antorcha en el dosel.
Ya jugando entre rimas,
que nacen encendidas,
se entienden decididas
palabras que aproximas,
naciendo luces primas
en esta oscura noche
para poner un broche
lleno de luz indemne
a este ensueño solemne
de ideas en derroche.
Y en este juego etéreo
que baila la palabra,
en este abracadabra
que juega con lo aéreo,
acabando en estéreo
sonando en el oído,
veo que es solo ruido
pues cantando y contando,
en versos ya voy hallando
que una sílaba se ha ido.
¡Vaya desliz he tenido!
Escribí siete en vez de ocho;
¡de cada verso he hecho un chocho!,
pues la décima, es sabido,
y de todos conocido,
que diez versos la componen
que ocho sílabas abonen
y con rima consonante;
a be más be a y a, por delante
ce ce de de ce y perdonen.
Y es que la noche está oscura
y el verso es libre en la noche,
libre, sin una atadura,
libre sin ningún reproche.
Me vuelvo ya, en calentura,
al verso libre de nuevo
por ver si encuentro en su fuero
agua para mi cordura
que me cure la locura
y me haga dormirme luego.
Y aún me cuesta desprenderme,
porque toda vez que rimas
te salen por las esquinas
las palabras como espinas
y se clavan en la métrica
y a tu pensamiento obligan
y todo sale medido
y todo sale rimado,
con ritmo y aquilatado,
sin torcer el pensamiento
ni forzar en el intento
palabras y sentimiento.
Y es en esta noche oscura
que he jugado como un niño
con lagartos escondidos
entre palabras y lunas
que por esconderse hicieron
desaparecer estrellas
y en vez de hundirme en el sueño
despejaron mis ideas
y deslumbraron mi noche
regándola de luceros.