Me divertí mucho escribiendo este relato. Es importante
relajar pues, en esos momentos, pueden surgir historias interesantes del fondo tupido
de nuestro cerebro.
Amo el lunfardo. Viví un tiempo en el barrio porteño de San
Telmo y atesoro en mi corazón el empedrado, el tango y el cafetín. La idea fue
combinar un antihéroe como “El Cazador”, que es el protagonista de una historieta argentina con un tono bien
guarro y el lunfardo. Este es el resultado.
Blando como churrasco de novillo (relato
de un Slayer porteño)
“Tras la Gran Catástrofe, los enormes
conglomerados se deshincharon y los mercados de carne humana se fueron
acrecentando. Las ciudades del interior respiraron, porque la muerte fue un aluvión
segador. Por meses, el río de la Plata drenó sangre, junto con toda la
podredumbre, a su estuario. Aun así, Capital Federal no se curaba de sus males
endémicos. Fue, entonces, desde una reluciente secretaria del exterminio, que
surgió la orden final, lacrada por el gobierno de turno. Como un oscuro drama
de conventillo*; de los arrabales* y más allá, surgieron las cuchillas santas y,
al ritmo melancólico de un bandoneón, la muerte danzó entre hachazos, navajazos
y floridas estocadas.”
Francisco Esculapio Polidori. Fragmento de su
libro: Crónicas del malevaje* necesario.
La
verdad…, ayer torré* como un yacaré al atardecer; tenía el buche* a rebalsar de
chucrut y remolacha con huevo duro.
Ni a
palos soy vegetariano, solo a veces le entro con ganas a la verdura. Según como
esté la Luna, ando más o menos carnívoro; son rarezas de Slayers. En efecto, cuatro horas más tarde, me levanté tan blando y
fibroso como un churrasco de novillo. Listo para un paseo por New San Telmo y un arrebato de pura
carnicería.
Después
de matar a ese viejo verde*, hijo de una gran puta, me eché una siesta
infernal; necesitaba el descanso reparador. Además, me tenía podrido ese
patrón, enserio lo digo. No hacía más que perder dentaduras postizas y sembrar
malvones en cada grieta de la mansión. Viejo ortiba* y baboso. Ni un faso*
podía fumar sin la sombra inquisidora de ese mal nacido buchón*. ¿De qué me
servía dejarle el jardín prolijo como los campos Elíseos?
Cuatro
años de trabajo escuchando sus inagotables historias de viajes por Europa con
su compañía de teatro. ¿Si me garpaba* bien? Si, lo hacía, pero me hartó. Se
paseaba con su bata roja y sucia, pintarrajeado con rubor y ese rímel grasoso
en las pestañas. Lo único que conocía del choto* era que había representado
obras en el teatro Colón. No hablaba de otra cosa que del esplendor de su
pasado artístico, en aquellos tiempos, cuando el teatro Colón estaba en su
apogeo, firme y en pie. Tras la Gran Catástrofe, quedó abandonado a la suerte
del olvido, hoy, es guarida de murciélagos y refugio de linyeras* pasados de
hambre.
Reconozco
que siempre fui certero con el martillo; con dos golpes me ha bastado para
hundir un clavo de techo en la cabeza de esa diva enchancletada y decrépita.
¡Pum, Pum y chau! ¡Hasta el tuétano!
Te
cuento: entre otros oficios, he sido un ingenioso carpintero. A decir verdad,
trabajé duro siempre. Hasta hace poco laburé sin asco; entonces, me dieron el
cupo de muertes por antipatía. Por fortuna, ahora tengo tiempo libre para
distraerme y dedicarme a otras cosas.
A
ver, sabelotodo, ¿tenés idea de lo que cuesta desatrancar la cabeza del
martillo de un cráneo humano una vez que lo perforó? ¿Acaso lo hiciste alguna
vez? La sanata* de siempre, todos tocan de oído. ¡Ja! Matar sin culpa se les da
a pocos, esa es la posta.
Soy
uno de los mil doscientos privilegiados. Un Slayer
porteño más. Muchos han muerto ya, no todas las presas son mansas; otros, se
han eliminado entre ellos mismos, por pura codicia de Tickets o la gloria carnicera. En estos miserables tiempos, la
heladera se vacía rápido y hay que vivir improvisando.
Todo
parece venido abajo, cascoteado. Calle Corrientes es el espectro demacrado de
lo que alguna vez fue, con su brillo y su bullicio. La violencia se escribe al boleo,
en plena avenida, en cualquier balcón o a la vuelta de la esquina. Cualquier otario* te raja desde la vejiga
hasta el gañote, para sacarte lo poco que tengas encima, y te carga en el baúl
hasta la Recoleta. Ahora hay una entrada libre por Vicente López. Vas hasta el
fondo, donde la tierra está blanda, cavas la tumba, hechas el despojo y listo,
uno menos. La yuta y los funcionarios hacen la vista gorda. Ahí la tenés fácil,
si no te da asco cargar cadáveres y darle a la pala. Vale decir, muchos de los
que entran a descartar, no vuelven a salir del cementerio ese. Adentro, es
tierra de nadie.
Yo
llevo el carnet que me habilita como Slayer
colgando de mi cuello. Tiene un chip
que captan los sensores antes de entrar al sindicato o a la morgue, donde me
dan los preciados Tickets. Fui favorecido
por el último sorteo y, si soy prolijo con el papelerío, me van a renovar el
carnet dos años más. Tengo que pegar una muerte destacada y justificarla debidamente,
con ello, alcanzaré el estatus para continuar asesinando.
Argentina
es un país generoso para algunos escogidos, para los demás, es la muerte rondando.
Siempre hay matanza, por cualquier cosa, y si bien hay un cierto orden y una
cierta justicia, por lo general, la vista gorda se hace en favor de la sangre y
el descarte. Esa es la pura realidad miserable del hacinamiento y la escasez.
La
cuestión es que el atorrante* de mi patrón murió boqueando como un bagre al
sol, a la orilla del agua podrida de su inútil pileta de veinte metros. ”La
olímpica” decía el quía, fanfarroneando.
Igual, ya estaba en las últimas el colifa*. Inservible como una Noblex Carina*
humedecida y mugrienta. Le crujieron los huesos con el mazazo y unas cotorras
se espantaron de las palmeras. Estoy casi seguro de que sus ojos se apagaron
viendo el barro de mis borcegos.
¡La
pucha*, qué fiaca*! Hubo que a llenar, por triplicado, los documentos
pertinentes. ¡Realmente agobia la burocracia reinante! Pero bueno, esa muerte
lo valía. Al gobierno le vino bien la rentable propiedad del vejete. Justifiqué
el porqué de mi antipatía contra la mano que me había dado de comer durante esos
años y, la verdad, creo que gasté saliva de gusto. A nadie le importa más nada,
en este clima de sobrepoblación y hambruna. ¡NI el mástil de la guitarra tiene
alma ya!
Algunos
cumpas* dicen que en el interior todo es más sencillo; no hay que justificar
tanto la antipatía y podés hacer rodar cabezas con más soltura. Hay quien mató
a sus propios padres y zafó*. La dibujó bien, sin duda. Encima cobró todos los Tickets, sin demoras. Es cierto que hay
padres y, padres. Algunos merecen ser enterrados vivos. ¿No te parece? Decí
algo, pavote. Idiota parecés, solo te falta el hilo de baba. Qué pibe…
Por
otra parte, a mí me da gusto amasijar* así, a martillazo pleno, ahorrando
balas, sin desafilar nada y con el Matelisto* en la otra mano. A veces, uno se
la pasa bien, otras, se complica un poco más…; como lo del tachero* de Lanús.
Salió para el orto* el pique*de ese colega Slayer.
Mal, muy mal.
La
verdad…, no lo quiero repetir a esto, es raro y suena macaneado*, pero juro por
mi santita madre que es verdad: se cuenta, que un colega matarife degolló al
conductor de un taxi antes de que lograse detener su vehículo por completo. En
cierta manera, merecía ese final por agreta*. El sujeto manejaba siempre entre
alterado y de mal humor, además, apestaba a pachuli barato mezclado con tufo a
vino rancio.
Resulta
que era de noche y había una niebla muy densa; la calle estaba desierta de toda
vida.
Parece
que mi colega Slayer le hizo un tajo
bárbaro en la garganta al quía* este y, como una gallina degollada de Quiroga, con
la sangre bien caliente, ese cuerpo continuó viviendo un tiempo de gracia. En
vez terminar de frenar el tacho*, el loco, drenando sangre por doquier como la
Fuente de Agustín Rivero Astengo, aceleró sin aflojar.
Hasta
ahí todo liso*, puede pasar por lógico lo sucedido. El chamuyo* viene ahora y
es como me lo contaron. La cosa continuó así: descogotado, al volante, el
muerto manejó su taxi hasta la Jefatura Distrital a veinte cuadras. Cuando
llegaron, se estacionó, justito, en la mismísima puerta de la yuta*. El colega
cuchillero (un Slayer de nivel 3,
para colmo del garrón*) no solo bajo bañado en sangre y conmocionado, sino que
no había manera de que le salieran las palabras. Con la frenada final y el
corcoveo del vehículo por un badén, la
cabeza del conductor terminó pendiendo de un resto de carne del cuello y quedó
en la espalda del degollado, mirando hacia abajo, con los ojos bien abiertos. ¡De-men-cial,
imagínate la secuencia! Tras cartón, no tuvo mejor ocurrencia ese pendular
marote, que guiñar un ojo a su matador en el asiento de atrás. Eso completó el estrafalario
espanto.
Quedó
mal el colega, del tomate*, mal. Encima, no tenía el carnet con él y, por el
horror, no atinó a esgrimir defensa alguna. Le imputaron un asesinato con
premeditación. Adentro mi alma, engayolado*
Esta
no me la vas a creer campeón. Tiempo después, el cuerpo del taxista fue
destinado al crematorio. No tenía ni familiares ni perro que lo extrañe. Nota
curiosa: el cadáver siempre había tenido el puño izquierdo cerrado y nadie le
dio bolilla* a ese detalle; solo un gordito, que a último momento, lo fue a
despachar al horno para enterrarlo en el olvido de las cenizas.
Tardó
un rato ese empleado, hasta que le abrió los dedos al occiso. De no creer, ahí
estaba la tarjeta del colega preso. ¡El carnet de Slayer! In-cre-í-ble. ¿Cómo había llegado ahí? ¡Qué cagazo* cuña!
Te lo cuento de onda, sabes…; no lo hagas correr…, estate bien chito*. Va de un
Slayer a un posible aprendiz, uno
nunca sabe quién será el próximo amo del cuchillo, el bailarín que se luzca con
la mejor música*.
Son
cosas de la muerte, ¡qué sé yo! Los espíritus y la sangre se aman y se preñan
de atrocidades cada tanto. Si Homero Manzi estuviese acá diría: barrio de
tango, Luna y misterio… El porteño es una criatura pasional; respira el Smog con su fuelle y exuda las penurias
del día a día.
Pasamos
la Gran Catástrofe para ver a la Argentina como a una tumba abierta que nunca
se llena. Ahora es común soñar con cadáveres mutilados y carrozas de féretros.
Los tiempos cambian. La vida es una carnicería Open Twenty Four Hours.
Esta
ciudad se pudrió, el riachuelo está morcilloso*. La gente se escapa de sí misma
en los paseos de compras. Vagan. Enloquecidos,
mirando vidrieras, inquietos como si les picase el alma. Cualquiera los puede matar, pero nadie sabe de dónde vendrá el
sablazo. Se esfuerzan en sonreír hasta el desgarro de los músculos faciales.
Volvió
el buen día y el buen provecho, y el canchero*, ahora, cede el asiento, pide
perdón y anda mansito haciendo buena letra. Curioso ¿no? Nadie quiere terminar
ensartado como churrasco de croto*. Si Jung viviera para seguir elucubrando y
Lepera lo plasmara en un tango arrabalero*, que lindo sería. Si, ya sé, el
mundo fue y será una porquería… A pesar de los Slayers que lo depuran.
Lo
cierto es que a Ramiro Cuevas le va bien; está cerca de cobrar el subsidio para
asesinos seriales, después de la masacre de Venado Tuerto y otros trabajitos
truculentos que se mandó.
El
gobierno este se porta bien, va largando la plata a los que le sirven, como un
gotero de sangre. Despacito hace su transfusión, que va a las arterias de los
que desean seguir viviendo, a pesar de la miseria reinante. Vos estate chito,
siempre hay una oportunidad para los avispados. Anda comprando una buena piedra
de afilar y ármate, vos mismo, la faca. El cuchillo es la vida, desayunate esa
bien temprano. Si es posible, ganále al gallo.
No
es grato recordar ciertas cosas, aunque a la memoria hay que ejercitarla en la
caminadora de los relatos, de lo contrario se pone obesa y lenta, empieza a
patinar en los intentos. Fue así: la Gran Catástrofe se cargó a medio mundo, y
la cosa se puso peliaguda. En los primeros tiempos del caos no había vecino ni
hermano que valga, a la gente le picaba el bagre* y te lastraba* un hijo si lo descuidabas.
Desollaban al abuelo después de viajarlo* con vino y Rivotril, aprovechaban todo, huesos, carne y piel. Al
menos tenían la deferencia de pasarlo a mejor vida alucinado. Por eso, esto me
gusta así, la cosa va queriendo. Hay cierto orden en este intento de renovado
circo. Yo los vuelvo a votar… ¡¿Vos tenés las boletas!? Posta* te digo… ¿Las
tenés? Cortala con la gilada que se la pasa tirando patadas al aire como
karateka amotinado. Esos miles que no se sacan los visores de realidad virtual
ni cuando mean, viven con miedo en la pavada de un heroísmo ficticio. Acá está
la papa, en el filo plateado del cuchillo. Nos da de comer, nos limpia la
ciudad, nos da miedo a la muerte. La hoja brillante es mi espejo, me veo como
soy por dentro, sin impostaciones. Soy yo, lo entendés. Un Slayer que prefiere matar a martillazos en vez de usar las balas, y
que deja el cuchillo para esos momentos sublimes donde es necesario abrir
canales en la carne y generar ríos de sangre.
Te
cuento otra pisqui. El mes pasado me hice el otario* en la oficina durazno de
la municipalidad, cuando volví de la otra oficina marmolada con el formulario
3.459 y me anoté dos fiambres* de otro colega. Un opa* que asesina mucho y en
curda* y deja los cuerpos sin marcar. Cualquier gil* habilitado pasa de coté*, ¿viste?,
hecho el distraído, y se los anota para él. Bueeeeno…, en este caso, fui yo.
¡Qué
desprolijidad los pajeros*! Ya no hay conducta. Matan al boleo, cobran monedas
y se van de gira. Se bandean al coto de caza de otro y así, de acá para allá, andan
como maleta de loco por la vida. Después se quejan: de los funcionarios, que te
coimean si uno busca pasar a Slayer
nivel 3; de los Tickets para víveres,
que no alcanzan para llegar a fin de mes; de sus mujeres, que los sepultan en
reclamos y las tienen que prender fuego en el lavadero; de sus nenes, que traen
malas notas del colegio y los deportan a la guerrilla de la frontera. Quejosos,
panchos*, mamotretos, colgados*. “Bestia humana que duermes aún de la cuna al
ataúd…” Herméticos metaleros, que cantaban la justa. ¿Dónde andaréis con
vuestras camperas de cuero? ¡Ja! ¡Qué ironía!
¡Por
Dios! Menos mal que la falopa* abunda, sino ¿quién puede resistir a este mundo
desordenado? Todavía, que te dejan cazar y ganarte el billete, traficar órganos
con carpa* y practicar la necrofilia en tu casa, sin moralistas que se rasguen
las vestiduras. ¡Dejá de bostezar! Me contagias la modorra. Vos andás mal del
hígado. Mucha comida chatarra.
Recuerdo
que el Patico vendía collares de orejas al mejor estilo de la Fuerza Tigre*.
Tenía un puestito en Munro; todo piola*, todo liso*, pipí cucú* el boncha*. Hasta
en esa hacen la vista gorda los gerentes de la matanza. La gente vive en su
vacío existencial, eso es lo que pasa. Nada los llena. Ni ver los videos de
José María Domínguez con esa cara planchada de yo no fui. Ni siquiera recuerdan
que tuvimos un Papa argentino y, por aquel entonces, había paz en la mitad del
mundo. Ahora es indio, un sumo pontífice indio. ¿Dónde viste algo así? Hostias
con cardamomo verde. ¡La que nos faltaba a los cristianos!
¡¿Que
dijiste?! Tranquilo… Dejáme hablar, no interrumpas. Tomá la sopa* vos. Mientras
el Master da cátedra. Como te decía
hace un rato, maté al viejo de un martillazo en la azotea* y cobré unos pesos.
No me fue mal, la casa del viejo pintarrajeado quedó para el Estado y a mí me
adornaron* con unos muebles de algarrobo y un espejo ovoide con un marco
ornamentado increíble, como bono extra. No obstante, y de antemano, afané* unas
cuantas alhajas, que reduje en el Once más rápido de que lo que viaja un
chisme. ¿Ves papá? Te va este iPhone 27 Q, tiene de todo. Poco más y te hace
petes*, garpa mal. Hay que apiolarse* sino vivís de la astilla* compadre.
Cambiando
de tema, sino son todas pálidas* y retruques de cosas pasadas. Estoy leyendo a
Neruda, entre otros poetas ¿sabés? Es que me sube la presión y a veces tengo la
vista nublada. Por eso el té de peperina, la poesía de Homero Expósito, una
manzana verde antes del almuerzo y un tangazo de Goyeneche de fondo. Hay que
bajar cambios, leer autoayuda, hablar con un árbol que escuche un poco.
Atendeme
esta: los talas y los álamos son
de oírte más. Más aún, que el palo borracho o el sauce, que es bastante engreído...;
el sauce, digo. Pero el talita suele parar la oreja, tiene la paciencia árida
de la Pampa seca. Alguna vez fue Pampa húmeda, pero el cambio climático sembró
desiertos donde había bonanza. Estoy
convencido de eso, el tala es la que va pisquí*. Es algo criollo, como el mate
o el rebenque. Campero, espinudo y pampeano como no hay otro árbol. Tiene
argentinidad, como el pañuelo de seda al cuello y el chambergo, la rosa en el
ojal y la sonrisa de Gardel.
Te
cuento, ya que estamos. En busca de terapia, hace un tiempo compré un Fox Terrier ratonero, el orejudo, sí. Lo llamé Napoleón tercero. El bicho era una maza;
lo llevaba con una correa pituca*, para todos lados, y no tironeaba nada. Si
había polenta en la olla comía polenta, y si pintaba asado, se hacía el
indiferente un rato, pero después, le entraba al diente como un gorgojo al
fideo viejo. Groso* el Napoleón tercero; un perro único. Indiscutible, y el más
campeador de la cuadra. Era como un detector Geiger Muller para los canas*. A
los cascarudos* los olfateaba a tres cuadras. Me ayudaba con algunas
trapisondas que se van dando; viste como es la calle.
Una
tarde me distraje demasiado robando herramientas de un taller. Después de
aflojarle el gato a un mecánico, que terminó con el pecho aplastado debajo del
cárter de un Valiant, me mandé de una en la juntada. Acarreé con todo lo que
pude. ¡Hasta rulemanes manotié!
El
tipo era un gigante, partía bielas con la mirada, pero le tenía suficiente
antipatía para caerle como Slayer y
cobrar unos buenos Tickets. Aparte,
mecánicos abundan. Así se va descomprimiendo el exceso de población indeseada e
imprecisa. Esa tarde caí furtivo y sin acoquinarme*, como un carancho en
temporada de escasez. Te juro…, lo hice percha al tipo; y por pasarme de Gore y angurriento, me afanaron* al
Napoleón.
¡Se
llevaron a mi perro, que hacía de campana*, justito ahí, en la persiana de
chapa medio baja! ¡¿Te das cuenta?! De dónde carajos saco otro perro así, tan
compañero. Como se van a llevar a mi Napoleón tercero. Esto es puro cachengue*.
Está de cabeza el mundo… ¿O no? Decime
vos…
Ya
fue, desembuché demasiado por ser miércoles… Se me secó el canaruzo*. Mejor me voy a jugar al bádminton en el
predio de Hurlingham, antes que pinte la mufa*. Mañana sigo matando, o podando.
Da igual, hay que laburar parejo. Después de todo, el riachuelo va a seguir
oliendo a cadáveres por donde se lo mire. Gracias por escucharme, nene. Bostezá
menos para la próxima. Tenés mucha, mucha suerte. Vos me caes bien, pisquí.
Glosario:
Conventillo: Casa grande y antigua, con varias habitaciones o viviendas,
donde viven numerosas personas de escasos recursos económicos.
Arrabales: Suburbio, barrida, alrededores.
Malevaje: Del lunfardo: Alusión a gente de
mal vivir. Maleantes, delincuentes.
Torré: Del lunfardo: dormí.
Buche: Del lunfardo: la panza o el estómago.
Viejo verde: Dicho argentino referido a un
hombre mayor atrevido y degenerado.
Ortiba: Del lunfardo: delator. Es la palabra
batidor al revés. (Alverre, como dice el porteño)
Faso: Cigarrillo
Choto: Viejo, achacoso, terminado.
Buchón: Del lunfardo: hablador, delator. (Que
se va de boca)
Garpaba: Pagaba. Léxico al revés.
Linyeras: Del lunfardo: vagabundo o
golondrina (por lo que migra)
Sanata: Del lunfardo: sanatear es decir
mentir, ser verborrágico al contar algo, adornar una conversación por demás. La
historia que hay detrás del origen del término es maravillosa, típica del
universo tanguero.
Otario: Del lunfardo: tonto, fácil de
engañar.
Atorrante: Del lunfardo: vago.
Colifa: Del lunfardo: loco.
Noblex Carina: Es una legendaria radio de 8
transistores enfundada en cuerina, muy típica en la Argentina y a lo largo de
décadas.
La pucha: La palabra pucha, al igual que chuta y chucha, es usada como exclamación que
indica un descontento.
Fiaca: Del lunfardo: sueño, modorra, desgano.
Cumpas: Expresión cotidiana: compañeros.
Zafó: Coloquial de argentina: sortear el problema.
Amasijar: Del lunfardo: castigar, matar a golpes, estropear a alguien.
Matelisto: Invento práctico para tomar mate con una sola mano y sin
tener que cebar.
Tachero: Del lunfardo: taxista.
Para el orto: Expresión vulgar: Salió mal, salió para el culo.
Pique: Trabajo
Macaneado: mintiendo de manera exuberante. Macana: Coloquial. Arg., Bol., Par., Perú y Ur. Mentira, desatino.
Agreta: Del lunfardo: persona agresiva por el efecto de la droga.
También se le dice a la persona amargada.
Quía: Del lunfardo: Individuo, sujeto, persona innominada.
Tacho: Se le dice así al taxi en la Argentina, como tachero al taxista.
Está todo liso: Es una frase argentina (popular en los últimos tiempos)
que expresa: está todo bien con vos o con el asunto en cuestión.
Chamuyo: Del lunfardo: se refiere a la conversación que le hace un hombre a una mujer para
llevarla a la cama, o la conversación trivial que hacen las personas para
llenar huecos de silencio.
Yuta: policía. Del italiano, forma contracta de
"yusta", y se trata de una rioplatenización de la palaba italiana
"giusta". La giusta en Italia es quien lleva la justicia.
Estar del tomate: es una frase usada en España por la gente joven. Significa
"estar loco" (en
un sentido figurado y amplio). En Argentina diríamos "estoy de la
cabeza".
Engayolado: Del lunfardo: preso, en la gayola.
Dar bolilla: Expresión argentina típica que significa prestar atención.
Cagazo. Del lunfardo: tener miedo.
Estar chito: Expresión rioplatense: estar en silencio, callado. Proviene
del italiano Stai zitto, estar quieto, tranquilo.
Tener música: De la jerga carcelaria, así le dicen algunos correntinos a
la faca (cuchillo improvisado, cuchillo afilado) ¿Tenés música chamigo? (tenés
faca para defenderte) El baile sería la pelea a facazos.
Morcilloso: amoratado. La morcilla es un embutido hecho con sangre de
cerdo, tocino y cebolla de verdeo y su color es el morado oscuro.
Croto: se le dice así al paria, al vagabundo.
Canchero: Persona avivada, que se pasa de lista. También que está
siempre a la moda.
Arrabalero: Del lunfardo: significa de la periferia. De los barrios y
sus costumbres.
Picar el bagre: del lunfardo: tener hambre.
Lastrar: Del lunfardo: comer, alimentarse.
Viajarlo: Jerga callejera: darle un viaje de pastillas, drogarlo,
alucinarlo.
La posta: Decir la verdad, cantar la justa, la que va sin vueltas.
Fiambre: Viene del lunfardo, por
"carne fría", embutido. "Encontraron un fiambre en la basura".
Opa. En argentina así le decimos al tonto.
Curda: Del lunfardo: borracho.
Gil: Del lunfardo: Un gil es
aquella persona considerada tonta o lenta.
De coté: Del lunfardo: de costado.
Pajeros: Del lunfardo: masturbador, persona lerda y sin viveza.
Panchos: persona que
se encuentra tranquila o satisfecha Se pasaba las horas pancho: tendido en el sillón mirando
la televisión.
Colgados: Distraído, letárgico y olvidadizo
Falopa: La droga.
Con carpa: Expresión argentina que significa: con disimulo, con astucia.
Fuerza tigre: Fue un comando Estadounidense extremadamente cruel, e
infiltrado tras las líneas vietnamitas.
Azotea: Del lunfardo: cabeza.
Adornaron: Del lunfardo: sobornar.
Afane: Del lunfardo: robé. Afanar
es robar.
Petes: Fellatio.
Apiolarse: Del lunfardo: avivarse, caer en la cuenta.
Astlla: Jerga tumbera: parte mínima en la repartija de un botín
delictivo.
Pálidas: Del lunfardo: todo lo que es deprimente, negativo o frustrante.
Piscuí: Del lunfardo: tontito, inocente, chiquilín. Versión argentina de "pipsqueak", palabra
que refiere a una persona insignificante, especialmente por tamaño o edad.
Pituca: Que pertenece a una clase social alta
y da muestras de ello en su vestimenta y aspecto exterior.
Groso: Jerga
argentina: algo grande, importante.
Canas: La
palabra cana es un
lunfardismo que tiene el doble significado de policía y de cárcel.
Cascarudo: Del
léxico carcelario: se le dice a los gendarmes que tienen su vestimenta toda
verde.
Acoquinarse:
Del lunfardo: tener miedo, acobardarse.
Afanaron: Del
lunfardo: robaron.
Hacer de
campana: Vigilar y dar aviso mientras se efectúa un acto delictivo.
Cachengue: Del
lunfardo: bailongo, fiesta, joda grande.
Canaruzo: Del lunfardo: garganta.
Mufa: Del lunfardo: mal humor, malas vibraciones. Yeta.