martes, 2 de febrero de 2021

 

 

Oráculo de los colores

 

No hay noches azabaches sin el manto de la muerte arropando ilusos.

Ni  pieles prietas en la sabana sin soles ardiendo de amarillos despiadados.

Violáceos y anaranjados entronizando  atardeceres para la posteridad de un lienzo;

por la mano hereje del pintor consumido en la hoguera de los tiempos grises ceniza.

No hay tono más terrenal que el pardo en la pereza del pensamiento.

 ¿Acaso el ocre otoñal se hastía de tanto hombre a la deriva por sus errores?

El rojo nunca es tan rojo como al fluir incesante la sangre,

del tintero volcado de un cuerpo decapitado, cuando la hoja

salpicada de escarlata destella en lo alto de cara al sol. Siempre

aullando el gentío ante lo grotesco del  desnudado carmesí.

Jamás será el negro tan profundo como el plumaje de un cuervo, ni en

lo sombrío de su graznido lunar o el infinito sin pausa de sus ojos.

Y entre el dorado esbelto de los dioses encuadernados de epopeyas;

se evoca el argentum de sus petos, escudos y lanzas. Destellos atemporales.

Nunca  las esmeraldas tuvieron tanto  de verde como en tu  mirada

entre penumbras, mi amada; ni tan glaucos  tus ojos  en la plena luz, hada fugaz.

Aceitunado folklore mío, tan pendiente de horizonte como anhelante de tormentas.

Arcoíris es Amir, herido por las balas plomizas del prejuicio de Hilary, redimida

por la paz conservada en el ámbar eterno de Felipe José; sostenido en

los brazos cálidos de Nieves, quien perpetúa la  rosada inocencia del niño recién nacido.

Caleidoscopio de la geometría de las dudas y la incierta tonalidad de las decisiones.

Blanco  es a donde  vamos sin prisa o con ella, leche tibia de madre del túnel más allá.