martes, 23 de enero de 2024

 Les dejo un relato que aparece en este maravilloso trabajo de Vladimir Villarreal de 38 Minutos Ediciones. Se puede leer en Google Books. 


Cuestiones de mecánica

 

Pero ¡¿quién colgó las llaves seis y ocho del árbol de navidad?! Seguro Marito. ¿Quién otro? Malena no es capaz. ¡Cuántas veces le dije que no entre al taller, se pasa de travieso! No me queda otra que castigarlo dijo el mecánico enojado, mientras intentaba quitarse la grasa de las manos con un trapo viejo.

Bueno, Juan, tranquilo. Tiene ocho años, es un nene. Busca cosas para jugar, cosas que le llaman la atención. Te pidió un tren la navidad pasada y no se lo compraste. Le trajiste cartas de superhéroes y tazos. ¿Algo más baratito no había? Nada que ver, Juan reclamó la madre del niño, ofuscada. Siempre obraba de juez entre su marido testarudo y su nene, que tenía sus caprichos. No entendía esa extraña relación entre el pequeño y su padre. No lograban escucharse y, menos que menos, estar en paz.  Parecía que la criatura buscaba imitar a su padre en las tareas del taller y el inmaduro hombre no hacía más que correrlo de allí.

Tendrá un accidente este pibito. Abrí la cabeza Helena, el taller no es lugar para nenes. A Ramírez le explotó un compresor el mes pasado y le barrió las piernas a su ayudante. Te guste o no, yo o voy a curar de espanto a nuestro hijo. Ya lo reté muchas veces y no hace caso. No sé a quién me hace acordar espetó el cuarentón, mirando con ojos inquisidores a su mujer. Ella se quitó el delantal de cocina y fue a la habitación de la planta alta, harta de lo mismo.

Eran días previos a la navidad y había que calmar las cosas en la casa. El mecánico aprovechó el accidente de Ramírez para contar una historia contundente durante la cena, que describía cómo una criatura hecha de metales había cobrado vida en el pequeño taller del desafortunado hombre. Dicha abominación, plena de malignidad, terminó causando una explosión brutal, valiéndose de sus manos de trozos de hierro.

Fue tan explícito el hombre, al contar esa elaborada historia, que hasta su mujer quedó callada, y muy atenta, oyendo. Malena tapaba su carita, mientras que Marito dejó de comer y se vio claramente compungido con la descripción de esa criatura hecha de restos metálicos.

El mecánico no tenía por costumbre castigar físicamente a sus hijos, pero en su mirada y en su voz había una firmeza esa noche que paralizaba.

Ya en su cama, Marito apenas si logró dormir. En su mente la descripción que dio su padre del ser aterrador y mecánico en el taller de Ramírez, se potenció, tomó una dimensión mucho más real.

Según su padre, la curiosidad de los niños suele atraer a esas cosas de otras dimensiones a los talleres mecánicos, para cobrar forma humanoide con las partes que hallan en esos vergeles de herramientas y autopartes.

Apoyando ese concepto les contó, que un sobrinito, muy entrometido, del viejo Ramírez, había sido el causante de tal aparición. A todo esto, Marito temblaba horrorizado, su mente no paraba de trabajar la imagen de esa horripilante criatura de metales. Sin duda, su padre había tenido un efecto amplificador en su hijo y, si bien había logrado un temor inmediato al taller, también, que su curiosidad abriese las puertas a un horror creativo e insospechado.

En la tarde de nochebuena, el niño, que ansiaba un tren a pilas o una pista de Scalextric, observaba frustrado los tazos sobre la repisa de su habitación.

Hastiado de aburrimiento decidió escabullirse al taller de su padre. Hacía días que no iba, tras el terrible relato. Las ganas de hurgar en el cajón de las herramientas viejas, o jugar con tuercas y bulones, fue superior a todo temor. Ansioso y escurridizo como una laucha, se internó en la oscuridad del galpón de chapas al fondo de la casa. Esa tarde, justo en la nochebuena, habían cortado la luz en su vecindario. En la cocina, su madre puteaba Tenía un bizcochuelo en el horno eléctrico que estaba perdiendo cuerpo.

El atardecer estaba nuboso y algunos relámpagos comenzaban a tajear el cielo. Por las ventanas cuadriculadas de vidrios sucios, entraban destellos de luz y se reflejaban en el rostro del niño travieso. Al ver las sombras geométricas que proyectaban todas las cosas dentro del taller, y los fogonazos de luz que hacían brillar las poleas con sus cadenas, sintió miedo. Quiso salir, pero la puerta se había trabado, aun tirando con todas sus fuerzas no lograba despegarlas.

De repente algo golpeó la chapa cerca de él. Fue un estruendo que lo sobresaltó. Giró, y vio que, de la fosa, en el fondo del largo galpón, surgía algo. Una silueta larga y oscura se acercaba.

Su corazón golpeaba en su pecho, como si un caballo galopase dentro de él. Entonces, cerró muy fuerte sus ojos e imaginó a esa criatura, hecha de metales, tan horrenda como pudo. Suponía que al abrir sus ojos, con su poderosa imaginación, llegaría a superar toda realidad monstruosa. Puso tanta energía y terror en esa imagen mental, que logró ser escuchado. De todas maneras, al mirar, lo que tenía en frente era la cara risueña y burlona de su padre.

¡Te asustaste mocoso del diablo, ja, ja, ja! A ver si aflojas con eso de venir al taller y desordenarme las cosas dijo su padre, a modo de advertencia.

Aguardó a que su hijo vagoneta agachase la cabeza y largase el llanto. Tal vez pidiese perdón, para el regocijo de padre mandón. Pero no. Nada de eso sucedió. En cambio, los ojos del niño se abrían como faros hacia la niebla y, en ellos, más que miedo parecía distinguirse el asombro. Allí, en el fondo del taller, algo de otro mundo se manifestaba, crecía y cobraba forma.

De repente, un motor aceleró, su sonido era inconfundible. Los seis cilindros de un 2.21 Ford empujaban y bramaban en la oscuridad. Muy rápido se llenó el galpón con los gases del escape de esa máquina devoradora de nafta. Acto seguido el mecánico se dio vuelta alarmado. Entornó sus ojos para ver, entre los destellos de los truenos y relámpagos que provenían del exterior, a esa cosa con piernas de palieres y cadera de torpedos fundidos, alzarse entre la humareda negra.

Gases oscuros, como de un motor quemando aceite, o una aberración, con remaches ardientes, naciendo del vientre abierto del taller. El hombre aplastó contra la puerta de chapa a su hijo, cubriéndolo con una mano. Invadido por el más puro y perfecto terror, intentó abrir la puerta, pero fue en vano. Mientras, la criatura, con pecho de radiador agujereado, panza de asientos de cuero podridos y brazos de bielas soldadas, se erguía por encima de los tres metros, casi alcanzando el techo del galpón.

Su rostro comenzó a tomar forma al compás de la tormenta que arreciaba afuera y parecía querer levantar las chapas con el viento. Todo vibraba y crujía, se estiraba y se lamentaba, a lo que el niño, lejos de tener un terror paralizante exclamó:

¡Es mucho más hermoso de lo que había imaginado! Su expresión fue de euforia, conducido tanto por lo pavoroso del momento como por lo extraordinario de la manifestación.

Allí estaba esa ciclópea artesanía erigida con recortes de diversos metales, tan espantosa y maravillosa a la vez. Mirando desde sus ópticas rectangulares, ochentosas y demodé, al niño que lo había invocado con el poder de su pensamiento, y al otro sujeto, tembloroso, que sobraba en el mundo.

Su boca era una parrilla de aluminio oxidada, la nariz, un claxon de camión Fiat. Tenía garras con amortiguadores descabezados y, de alguna manera, el malacate del taller parecía ser una extensión de su cuerpo engrasado y ensombrecido.

El padre del niño lamentó haber mencionado a tal criatura y haber llamado con tanto énfasis a la desgracia en vísperas de la navidad.  A modo de resignación, aflojó su cuerpo y se orinó encima, mientras la bestia metálica rechinaba y avanzaba. Lo que apresó al mecánico, fueron las cadenas que surgían de una cantidad de roldanas, que antes no estaban. Al estirarse, ejercían una poderosa presión alrededor de sus brazos, sus piernas, su tronco, aplastando e hiriendo su carne.

Perdón…, perdón…, perdón…Repetía el padre de Marito, sollozando y con un esfuerzo notable de su garganta sellada por el horror, mientras era elevado del piso como la tapa de un motor al que se le debe cambiar la junta. Así, de manera insignificante y rutinaria, era acarreado el mecánico.

En el fondo, la grasa rojiza en los tarros comenzaba a calentarse y la fosa parecía un abismo hambriento. La criatura se llevaba al mecánico mientras imploraba misericordia a unos oídos de espejos retrovisores astillados. Al mismo tiempo, a espaldas del niño, la puerta de chapa se abría abruptamente y el torbellino de la tormenta llenaba de hojarasca al taller.

Marito fue retrocediendo sin dejar de ver el tremebundo espectáculo. Al fondo, entre los espesos gases del motor 2.21 que hacía de corazón, la abominación mecánica se arrojaba a la hambreada fosa con su mecánico favorito entre sus fauces. Un rayo cayó cerca del galpón y deslumbró los ojos del niño, que observaba como desaparecía la horripilante visión junto a su esquivo padre.

<< Mucho más hermosa de lo que imaginé>> pensó Marito y regresó a su casa completamente empapado. Como una ironía del destino, esa noche tomó los tazos de su repisa y comenzó a darles con su palma para voltearlos, faltaba muy poco para la medianoche y el nacimiento de Jesús, y tenía apetito. Supuso que su madre horneaba un pavo. El olor a carne asada llegaba hasta él. Ciertamente, se estaba asando la carne, aunque no estaba seguro de que clase sería.