martes, 23 de enero de 2024

 

El aroma del adiós

 

El bote avanza y deja una estela de espuma. Lo impulsa un solitario remero con brazadas firmes y un buen ritmo, sobre las aguas oscuras. El chasquido de las paletas en el agua y el crujido de las ramas en el viento hacen contraste en la orquesta de trinos que acompañan a la visión de ensueño. Pienso, al contemplar el boscaje frondoso y la amplitud de colores, que solo un paisajista del renacimiento podría plasmar con fidelidad este panorama atemporal. Suspiro y luego lleno mis pulmones con el aroma, terroso y fresco, del río.

Me encuentro en la orilla del Volga, en el margen izquierdo de siempre, con el sol de frente que interpela a mis arrugas y entibia los recuerdos. Sentado en el prado, siento la frescura del suelo a través de mis pantalones livianos. Extraigo de un bolsillo del saco el pequeño cofre que contiene las bragas de mi amada. Blanco e inmaculado algodón terminado en puntillas, que se desliza en mi mano como si una paloma, trémula y agotada, aleteara en busca de la tibia luz.

Como otras veces, retorno a este enclave, mojón de nuestros encuentros de juventud, donde tú, amada Anna Ivanova, untabas rodajas de pan fresco con mermelada hecha de los frutos que tus manos recogían de los arbustos de mi finca. Acudo a este margen pacífico para apartarme del mundo en la soledad natural, a cobijo con las aves que anidan en la remembranza de tus ojos azules, mi adorada musa del atardecer.

En este paño de íntima tela atesoro tu aroma, mujer etérea, danzarina de los silencios y las miradas interminables. Cada vez que lo acerco a mi nariz y aspiro, vuelves a mí, tomas mi mano y me transportas en el tiempo, cuando el nogal rebosaba de nueces y el abuelo Pavel nos acunaba entre melodías de su violín.

¡Oh, mi amada de los campos arados de Nóvgorod! Partiste temprano en la penumbra de un cuarto sencillo. Te llevó la fiebre y el canto del ángel, al tren que parte desde las nubes hacia el infinito. Tan lívido como perfecto, tu rostro sin dolor se despidió del mundo con el plumín  que trajo la brisa y entró por la ventana para posarse en tu frente, como un beso de ángel en un arrebato de alma.  Te fuiste llegando el ocaso, muy frágil, joven y deseada; jugosa breva de bucles rojizos y pies de hada, para dejarme en la desolación más desolada del alma.  

Con el respeto que representa tu evocación, tomo esta prenda delicada y la huelo extasiado y en paz. En ella encuentro el perfume de tu piel más protegida, la que era únicamente mía, la que besaba sin prisa y soñaba en mis noches solitarias y ardientes, cuando tú te alejabas, por meses, a estudiar en la academia. En esta femenina tela, siempre he resguardado a nuestro amor, que fue intenso y alocado, sosteniéndola y apretándola en mi mano noche tras noche, de pie y frente a la ventana, mientras divago en el argentum de la luna llena y, en ella, veo a tu corazón arder de deseo por mí.

Amor de mi vida, dueña de mis sueños, hoy es el día. Vuela libre a otros campos labrados, a otras tierras de inmensidad; me diste los mejores besos, las mejores caricias, el éxtasis de los momentos perpetuos. 

Se aleja el bote, superado por algunos pájaros de brillante plumaje esmeralda que, por un momento, se animaron a escoltarlo. Te aseguro, Anna, el aroma balsámico de los abetos no logra romper la experiencia sensorial del exquisito efluvio que asciende de tus bragas hacia mi rostro. Cierro mis ojos y me dejo ir en los vapores envolventes del recuerdo...

Allí estábamos, tú y yo, trepando las escaleras hacia la buhardilla, pletóricos de alegría como niños al son del carrusel. Tú eras la casquivana y traviesa llevándome, de las narices, a la perdición; rompiendo la formalidad de mi noble educación con tus ocurrencias de joven silvestre, tan llena de vida como un volcán que hace erupción con pétalos de rosas y desborda por sus laderas nevadas.

Imantado por tu bella figura, blanca y lozana flor de los jardines babilónicos, te perseguía largo rato evitando alcanzarte. La casa, que era vasta y refinada, jugaba con nosotros a ser un laberinto de pasión. Corríamos y corríamos en esa cacería ardorosa y desenfrenada, mientras rodeábamos macizos muebles y sorteábamos obstáculos, hasta rodar por las mullidas alfombras persas; de la misma manera que el lobo acude a la luna, yo he vivido prendado de tu desnudez. Con el corazón desbordado y el deseo en cada poro, mi pícara gacela, al fin te alcanzaba en el desván, en ese juego caprichoso de los amantes que nada planean pero que todo se les da, por la arrogancia de su tempestuoso fuego. Allí, entre los enseres, baúles y maniquíes de la abuela costurera, con haces de luz intimidados sobre la turgencia de tus senos, te tomaba como un poseso, invadido por sensaciones inquisidoras para los cánones de mi cerrada educación. Al final, desnudo de mandamientos falaces, dejaba libre al animal sórdido y carnívoro, perverso y soez, que todo humano contiene y, en la lucha de los amantes que se desean más allá de toda comprensión, yo apretaba y tú gozabas, yo entraba y tú salías de ti misma elevada al clímax. Entonces, remontada por los vientos del goce, tus uñas desgarraban las cortinas de las que te sujetabas, mientras te encorabas y retorcías en el aire caliente del cuarto. Ibas y venias, entre los universos y a horcajadas de mi pelvis, como un reptil cósmico y lujurioso, pelado de sudor. Mis manos se aferraban a tus muslos, igual que un penitente a sus plegarias, y mis dientes comían de tu nuca entre rojizos bucles y coces incontenibles. El tiempo, que era todo nuestro por el contrato del intransigente deseo, se licuaba en los gemidos,  se estiraba en cada orgasmo, se esparcía en los besos.

Poco a poco, en esa encarnizada batalla sobre el terreno de tu plena intimidad, una lluvia candorosa descendía por tus piernas hasta el polvillo del piso, inundando al ambiente de un petricor dulzón y embriagador. Tan entregados como Ulises a un destino heroico e inmortal, nuestros cuerpos se fundían en un solo vaivén, y nuestros corazones se acompasaban con el pulso de las horas. Dos relojes de carne transpirada, arada de uñas y aturdida por la locura. Dos criaturas de la divinidad  amalgamadas en una gema de amor.

Anna del follaje fresco en la primavera, de las ardillas inquietas y las bayas dulzonas del campo, tan silvestre y apasionada ¿cómo haré para, al fin, permitir que partas? Te revivo en cada ave, en cada brisa y en cada árbol. Mis manos en tus caderas, se volvían cortezas protectoras y la savia, mi sangre, bullía al empujar todo mi cuerpo de bosque transformado dentro de tu río de vida, llamado a apaciguar a la madera muscular, con su nervioso ramaje, cada intersticio nudoso y cada hoja en su plenitud verde. Siempre cerca del deslave, con cada beso que de mi boca vibrante surgía.

Incansable Anna Ivanova, eras fuente de mi juventud, arcilla moldeada por mis suaves y firmes caricias, ánfora mujer, doncella infinita. Ahora, soy un tronco viejo y marchito, un gris esbozo de todo lo que fui en tus brazos y, lo aseguro: no hubo otra ni habrá jamás, no hay una como tú. Por ello, cuando llegue la hora, me iré con las golondrinas en alguna tarde de otoño, para alcanzarte, más allá de los evos y de las dimensiones, donde anidan las pasiones de los amantes acérrimos, custodiadas por una cornucopia de soles.

Beso tus bragas, como si te besara a ti toda, por completo, desde el talón hasta tu frente, desde el aura hasta el alma. Una última vez me refresca la fragancia inmortal en esta perfecta e íntima tela blanca. Me inundo de ti y naufrago en tu mirada, en ocasiones, contemplativa y acaramelada; otras, llena de melancólica esperanza. Suspiro… los minutos se desangran en filamentos tristes por la rivera.

Entonces, cuando el remero ya no se divise, y ese tímido corzo se escabulla entre el tupido follaje, yo regresaré tu prenda al cofre, para depositarlo en el río y que parta.

¡Oh mi Anna Ivanova, de la hoz y la azada, de los campos cultivados de Nóvgorod! Te fuiste joven llegando el ocaso, ligera cual hada, preciosa como el esplendor de la mañana oriental, para dejarme en la desolación más desolada del alma.

 

 

 

Nota del autor

 

No hay mucha vuelta en este relato, habla de una pasión con forma de fetiche. Un amor profundo y prohibido que se truncó con gran dolor. 

Cuando me propuse redactar este cuento pensé en Rusia, en lo salvaje de la taiga, los montes y los ríos. Luego busqué en mi experiencia personal y pasional y plasmé, con el léxico más exquisito posible, la remembranza del hombre enamorado y atrapado en un bucle temporal.

Así como el sexo tiene su clímax, podría decirse que la muerte es su contrapeso y, desde ese punto, desarrolle el cuento.  El relato, con leves modificaciones, se puede trasladar a China o a las Islas Canarias y tendría la misma intensidad.

No es fácil escribir erotismo y la mejor manera de aprender es intentándolo. El buen gusto literario es imprescindible y, si nada se ha leído acerca del tema, lo más probable es que no se logre “cocinar” un buen relato.  Recomiendo literatura India y del oriente, en general. Ayudará a encontrar el enfoque necesario.

En este tipo de relatos no pueden faltar las sensaciones de todo tipo, el lector debe sentir con el tacto, el olfato, el gusto, etc. Incorporar aromas y sabores, colores y una exaltación de las emociones es harto importante.

Es bueno estirar el ojo hacia la época victoriana, los modales caballerescos, las damas y sus inigualables vestidos, las maneras y los galanteos. Paris es una cita indispensable para el romance, como Venecia y un paseo en góndola o un beso atemporal en los jardines babilónicos.

Sé que algunos escritores harán la observación de los adjetivos y de cierta complejidad narrativa pero, considero que, si se logra un equilibrio y una constante, todo es válido. Me refiero a escribir con olas que rompen parejo en la mar del relato y no se estrellan, de improviso, en las rocas de las frases o las estructuras inoportunas.  

Escriban erotismo y no piensen que por decir puta todo se ira al garete, lo importante son los labios que pronuncian tan profunda palabra y en el momento preciso en que se dice. El romance es un juego, jueguen ustedes con situaciones y palabras como si estuviesen allí, disfrutando.