martes, 23 de enero de 2024

 

La controversia Marrash   

 

El último día de pasión ­Farfullaba, entre dientes, Farid. Observando, siempre de cerca, el amorío de su hermano con su dulce prometida. Con su mano izquierda montó sus lentes negros por encima de la pendiente superior  de su nariz aguileña. Había una resolana, entre ligeras nubes, que lastimaba a sus ojos cafés y, además, era preciso disimular la mirada, pues así lo habían conversado en ese triángulo habitual.

El árabe sudaba, el calor húmedo de esa tarde había atraído a una mosca, gorda y cargosa. Volaba rasante, se posaba y volvía a alzar el vuelo arrobada con un pliegue de su frente de tono aceituna. Con un hábil movimiento de su labio inferior, Farid sopló hacia arriba y logro espantarla.

Esta vez, se sentía más incómodo que en otras ocasiones pero, haría lo posible para no molestar. Por otra parte, sus demonios interiores pujaban por complotarse en contra de ese intenso y romántico momento.

Farid era el más temperamental y mezquino de los hermanos Marrash, su madre siempre lo regañaba por eso.  Ahora, ella no estaba para reprimirlo, su ancianidad y un principio de Alzheimer tampoco se lo permitiría. El moro se salía de la vaina por hacer alguna trapisonda.

Amin era el dandy, su bigote arqueado y afinado, junto al pulido brillo de sus dientes y el perfume francés, omnipresente, lo demostraban. Culto y moderado, solía recitar la profunda poesía de Nada el Haye, bajo las espléndidas lunas del desierto.

Con la cadencia de su voz grave le hacía el amor al oído de las jóvenes mujeres. Deslizándose suavemente por el canal de Hélix, penetrando el conducto auditivo externo hasta sentir la membrana timpánica y acabar, profundo, en la trompa de Eustaquio. Tan intensa era la voz de Amin y tan emotivo su recitado.

“Que el que alcanza una estrella conquiste el cielo. Que el que toca el fuego sea atravesado por relámpagos”

Cómo no caer rendidas ante palabras tan bellas y poderosas, por la voz cantante de una alondra ibis como era él. Un macho llamando a su hembra, a pulmón pleno, en las tórridas arenas del océano amarillo.

Amin oyó el desplante verbal de su hermano Farid; imposible no escucharlo si él era la cruz de su vida entera. En su corazón había paz y según él, el rencor era un cactus lejano del que nunca bebería su savia. No así su hermano, siempre inquieto y tironeando situaciones, insatisfecho con él mismo y el lugar que la vida le había dado.

Acaricio los cabellos azabaches de su amada, deslizando su mano derecha con la seguridad de un artesano del vidrio y la suavidad de un anciano fakir. Ella, embelesada, no podía pensar en otra cosa que esos ojos profundos, sugerentes y masculinos, que la desnudaban al compás de las poesías, cuando caía el sol y la luna resplandecía.  Y así se besaron, abstraídos del mundo y con suma pasión, en el viejo andén de la estación con el hormiguero de personas, yendo y viniendo.

El particular perfume de la mujer alcanzó la nariz de Farid y, llevado por las notas cítricas del cardamomo, no pudo más que sentir una profunda envidia en su estómago contraído. Confundido y con una vergonzosa erección giró su cabeza hacia la boletería, intentando no pensar.

La maravillosa mujer, en su blanco y fresco vestido, cogió la maleta y subió al tren para partir a Marruecos. Cuando las ruedas de metal comenzaron a girar, lágrimas contenidas cayeron por las mejillas de Amin Marrash.

La mano izquierda de Farid Marrash extendió un pañuelo de seda y secó las lágrimas de su hermano gemelo, sintiendo culpa y recelo en la misma medida. Las diferencias en sus rostros, más que en lo estético, se percibía en las expresiones. Farid tenía las facciones de un hombre azotado por implacables tormentas de arena y los devenires de una vida nómade, mientras que, Amin era el risueño portador de un aura de santidad.

¡Te oí, maldito susurrador!espetó Amin alzando su voz. Su semblante ya no era de tristeza sino, de ardiente enojo. Estaba cansado del lastre que representaba su egoísta hermano, que era el único capaz de agitar las aguas calmas de su lago espiritual. Sin duda, había rebalsado la represa de su tolerancia.

¡No es mi culpa que compartamos el mismo cuerpo, estoy harto de ti!respondió Farid, sin bajar la guardia y quitándose los anteojos para el sol mientras, la mano derecha de Amin se elevaba con gestos amenazantes. El cuerpo robusto parecía recibir impulsos eléctricos de ambos cerebros y de modo alternativo, se movía frenético y en un espacio reducido, como si las piernas luchasen por ir en direcciones opuestas. Nunca antes la discusión había sido tan encarnizada.

Ambos comenzaron a reprocharse cosas pasadas y venideras, aun sabiendo que deberían llegar a alguna clase de  acuerdo o, como ellos le decían, “un ritual necesario”. Mientras tanto, las voces se alzaban una contra otra, como  sables de jinetes musulmanes acometiendo en lo fragoroso de una batalla.

Aquellos que los conocían pasaban sin reparar en el espectáculo, cargando bolsos y preocupaciones. Los que nunca los habían visto, se detenían a distancia, para observar la insólita y teatral controversia. Un cargador con turbante blanco y camisola de lino, pasó con su carreta cargada de bultos y paró en seco, pensó en separarlos ante la acalorada discusión. No pudo más que reír, al reflexionar sobre su absurda buena intención.

─ ¡Por Alá! ─exclamó una anciana hija de beduinos, que vendía panecillos con jengibre para la muchedumbre diaria. Su rostro, curtido y ajado, demostraba haber presenciado muchas extrañas cosas en su larga existencia, pero nada como aquel grotesco fenómeno de feria.

Mientras el  tren se perdía en el horizonte anaranjado, lila y brillante, apartando dos mitades de un fogoso amor; en el andén y ante un público variopinto, bicéfalo Marrash permaneció un buen rato discutiendo, tan cara a cara, como el giro que esos cortos y venosos cuellos le permitiese.

 

 

 

 

Nota del autor

 

Este es el cuento típico que se precipita hacia el final. Con este tipo de relatos se busca dar pocos indicios del desenlace, así el efecto es mayor. Hay que conducirlo con cuidado mostrando la carretera, los carteles indicadores, la pendiente pronunciada o al chofer al volante, pero nada del destino o  muy poco de él. Jugar con el momento y lo que acontece, entre detalles trabajados, que distraen pero no dejan de inquietar.

Para darle color pensé en Marruecos, en los desiertos, en la belleza de África y, por supuesto, estudie cuestiones relacionadas. El vocabulario es limpio y perseguí el buen gusto por las palabras. Aromas y sensaciones, están presentes y el tren… El tren siempre es bueno en una historia, sinónimo de viaje y de ilusión, también de partida y desarraigo.

Lo antagónico se muestra desde el principio y es el eje de la historia. Como Caín y Abel los hermanos se confrontan pero, en este caso, lo absurdo choca de improviso y obliga al acuerdo.

Fortalece la visión el cargador y la anciana que vende en el andén, son puntos de vista diferentes: la risa y el horror, también antagónicos.

La imagen del bicéfalo fue la primera que tuve gracias a un noticiero donde se mostraba a un ternero recién nacido con dos cabezas bien formadas. En ese instante pensé: ¿y si esos terneros tuviesen un amor? Más adelante cito que es importante nutrir a la imaginación, de la fuente que sea.

Todo el condimento del relato fue razonado y llevó trabajo, varias reescrituras y correcciones. No tenía mucho sentido extenderlo, a veces la brevedad suma.