La luna
Son las mareas el dominio
de la Luna,
por tanto: el alma de
todo hombre
sujeta a su influjo,
somete a la tierra en
comparsa de brumas.
Aún culpable o absuelta,
en los frisos de Pérgamo
monta Selene por sobre
gigantes.
Flechada por Verne,
conjurada por lobos,
iluminando aquelarres.
La luna,
abriendo su boca en
cuarto creciente,
grita al universo el
hambre de sus renovadas entrañas.
Argentada, ubicua y
plena,
vulnera a las solitarias
almas con su luz,
como un faro que invita a
la incertidumbre del orbe infinito.
Diosa madre del devenir,
plenitud astral,
tus daimones menguantes
han de surgir.
Novilunio pagano e
inspiración wiccana;
solo Apolo puso un pie
sobre ti,
cuando Sinatra en el Sands cantaba:
Fly me to the moon
Let me play among the
stars…
y vestías la gala
en el desenfado de los 60.
Si las Pléyades te acompañan
en el diáfano azul del cielo,
y hay un rito maya
aconteciendo en silencio,
estaré yo dispuesto
para la cosecha de sueños.
Claror de toda noche, esta Tierra te implora
como un camarada herido
y castigado por Tea,
que busca cobijo en tu
elíptica fuerza.
Serás
inmortal canto entre
cantos,
como en aquel hermoso romance gitano,
cuando la Luna de Lorca
a los confines eternos,
condujo a ese niño que la
estaba mirando.