Ni perro
Hay un perro viejo;
lleva años con la muerte, allí, afuera.
Carga, como si nada,
con la bichera de la
indiferencia.
Herniado y rengo de una pata,
desprovisto de chapa pues…
es de nadie el perro
y nadie lo reclama.
Exento de brindar su pata,
de menear su cola o correr por el palo;
solo por ser viejo, muy fiero y tuerto,
se libró de la payasada.
Callejea sin destino
indiferente a los huesos que le tiran,
desde eventuales ventanas.
Aburrido por ser perro en un tiempo sin manadas.
Desganado en la suma de las heladas
hociquea el pasado,
de entreveros y trifulcas,
de perrunas andanzas.
Allí, afuera, está ese perro que nadie reclama
y no se muere porque, cada tanto,
aparece un mártir para la pedrada.
Sin dueño, el perro, se hace uno con la noche;
ensaliva su matunga cara con estrellas lejanas.
Bien libre es el perro de la amarga invernada.
No hay pena en sus ojos pues…
no hay mirada.
Tampoco ojos o cuencas,
ni un mísero vacío;
ni siquiera el perro…
no hay nada.